Melomanía

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Deseos

<I wish… I wish>… Susurro, canto bajito, mientras me concentro en lo que deseo, acomodo trozos en mi alborotado cerebro como Dylan’s Dream. No estoy en un tren, ni me dirijo al oeste. Voy en un micro que atraviesa la llanura plagada de pasado. Me incomoda el asiento, aunque es semi-cama se reclina muy poco. El contacto con mis auriculares es lo que, paradójicamente, me mantiene cerca de algunas realidades en este momento. …<I dreamed a dream that made me sad>. Antes de poner música había intentado dormir y leer pero me impacientó la constante pena de una niña en otro asiento. No puede ser contenida por su mamá. Se pasa al asiento con su papá. Inocentemente puede expresar un poco su malestar. Pero no sé si es sólo suya la tristeza.
Hay una incomodidad en las caras ajenas, algunxs no saben cómo acomodarse para respetar el espacio de su asiento, otrxs para no tocar al de al lado. Caras de una abierta antipatía viajando en un mismo micro. Qué asco, todxs pegadxs, señora. Está vendido, señora. A mí me da pena, señora. …<but our chances really was a million to one / as easy it was to tell black from white / it was all that easy to tell wrong from right / and our choices they was few so the thought never hit / that the one road we traveled would ever shatter and split>… De golpe unos ojos me llaman. Entre el respaldo de enfrente y la ventanilla, cubierta por una cortina bermellón. Me distraen de la melodía y de mis pensamientos. Le sonrío al niño y él descorre la cortina, un rayo de sol lo ilumina y relucen sus ojos marrones. El niño me devuelve una sonrisa traviesa y le dice a su acompañante “¡mirá, má, hay vaquitas!”. Yo abro mi cortina y veo unas pocas vacas pastando a lo lejos.
Cada tanto la niña apenada suspira y toma nuevo impulso. “Quiero bajar má”. La madre la abraza, no entiendo lo que le dice. El niño de ojos marrones está sentado en la misma hilera de asientos. Cuando la niña habla, él gira lentamente su cabeza y presta atención. Observa mucho las trenzas que cuelgan de su cabello fino y castaño. Luego mira a su mamá, que tiene un libro entre las manos pero no está leyendo sino con sus ojos clavados en el verde horizonte plano, desolado y seco. Las caras pálidas de lxs pasajerxs tienen en alguna medida un signo de interrogación dirigido hacia adentro, cada corazón que late busca una respuesta. El futuro pero el presente también. Cada minuto de cada día. El padre de la niña le habla despacio, suavemente, imagino que tratando de calmar su ansiedad. “Pero quiero bajar ahora pá, no me quiero mudar”, se enjuga las lágrimas y dice con voz decidida. El niño la está oyendo. Mira hacia el horizonte y luego se levanta, va hacia ella y le extiende una mano: “vení, no llores”. La niña dirige una mirada suplicante a sus padres, que asienten. Sostiene la mano del niño de ojos marrones. Se ubican en un asiento libre junto a la ventanilla y el niño comienza a susurrarle algo al oído mientras señala a las vaquitas.

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