Melomanía

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Melomanía

Al despertar, una luz intensa que atraviesa el vidrio de la ventana me hace difícil abrir los ojos. En el reloj, la hora habitual. Hoy estoy sola. De pronto, la recurrente autoindagación: ¿a qué dedico la porción de mañana que me queda, cuál de todas las tareas pendientes me saco primero? Aumenta la pesadez porque recuerdo tantas veces que me juré volver del laburo a casa y no salir. Aprovechar la mañana como me recomendaba mi abuela se torna complicado si todas las noches decido ir a ver una banda. Todas las noches. La agenda de eventos me acecha, hasta diría que arrasa con mis días y amenaza con destruir mi futuro. Quizás me ponga demasiado dramática. Veo todo lo que no hice y todo lo que no haré. ¿Pero cuál es el futuro, cuál es? ¿De qué se componen mis días? ¿Qué sería de mí si no voy a recitales?

Tratando de no revisar qué hay hoy en la agenda del celular, que se sincroniza con los eventos de Facebook, refuerzo la promesa que me hice ayer. Lo repito en voz alta: al salir del laburo compraré algo para cenar y volveré a casa, centrada en quedarme para estudiar, escribir o avanzar con lecturas. Luego, establezco prioridades dentro de la lista mental de pendientes.

Calle, auriculares, me deslizo entre los álbumes que guardo en mi celular. ¿Cuántas veces este mes escuché Houses of the Holy? Play again. Cinco cuadras hasta la parada. El libro que me llevé para el viaje permaneció en mi mochila. 
Mi oficina es una sala de espera y no hay tele. Para que se entretengan lxs pacientes hay revistas. Yo pongo música. Hoy selecciono algo funcional. Joe Cocker. No, mejor Neil Young. Coloco el libro arriba del escritorio para que alimente mi sentimiento de culpa y me conmine a terminarlo en los ratos libres. A la vez, abro varias pestañas con textos que quiero seguir puliendo y algunos resúmenes que pretendo estudiar. Entre llamado y llamado y atendiendo a la gente que viene. Mis dedos sobre el teclado se deslizan como un cuentagotas de laboriosidad. Pienso cómo atendería mis responsabilidades universitarias si tuviera un trabajo ajetreado, como cadeta, cajera, promotora, vendedora ambulante, ¿tendría que dejar de ir a ver bandas para levantarme temprano? 
Quiero escuchar un tema de Joni. Pongo un tema que escucho muchos por estos días. Me distraigo, abro Facebook. Evito ver la lista de eventos de hoy, cierro. <Help me I think I falling in love again, when I get that crazy feeling, I know I’m in trouble again>. Se enciende la pantalla de mi celular. En Whatsapp “hoy venís a vernos?”. Rayos. ¿Qué fecha es? No… ¿qué hora es? La tarde se esfuma. Miro las pestañas abiertas, miro mi escritorio. Pobre libro. Estallo de ganas de ir. Habrá temas nuevos, alguna sorpresa, ¿qué onda el mensaje, será otra cosa? A ver, dónde tocan. Atrapada. 
Una amiga me había dicho que quería verlos. Me la encuentro en la esquina del bar y entramos, nos pedimos unas cervezas. Hace rato que no tocan, qué bien todo. Lo terrible se desvanece, los problemas se esfuman, todo es liviano. “Viniste”, me abraza. En estos momentos me gustaría saber de qué se compone el amor. ¿Podría ser una partitura, interpretarse con un instrumento? Para mí, está compuesto por partículas que salen de los amplis y se expanden por el aire. En estos momentos tengo la misma sensación. Antes que arranquen a tocar, el DJ pone: <no creo en un cuerpo sin sonido / por todas partes voy buscando un parlante…>. Esta banda no toca muy seguido, por eso cada vez que sucede es todo un acontecimiento. O al menos para mí. Un tributo cualquiera no importa tanto, pero este sí. En Quilmes hay un circuito under en el que casi todxs lxs músicos se conocen y siempre estamos lxs que somos manija y vamos a todos lados. Y también nos conocemos. O eso creemos. A él lo conozco porque está en todas, sólo es violero en esta banda pero es además técnico en sonido… o sea, está siempre. Últimamente noto que entre nosotrxs cambió la energía, no sé cómo pasó. 
Muchas personas no entienden por qué me gusta ubicarme bien adelante; por ejemplo mi ex me preguntaba “¿cómo hacés para que no te exploten los oídos?” cuando íbamos a ver a una banda que toca a volúmenes altísimos. Yo lo que sé es que quiero estar cerca para evitar que esas partículas que salen de los amplis se me escapen. Mi amiga lo sabe. “Andá tranqui si querés Ju, yo estoy bien acá que tengo un lugar para sentarme y escucho piola”. No hay rollos con Lau. Agarro mi pinta de birra y me adelanto.
Me ubico en mi lugar, ese rincón en el que siento haberme amoldado o que adoptó la forma de mi cuerpo. Chequeo tener suficiente batería y espacio en mi celular, para filmar algún tema que no tengo en mi canal de YouTube. No me siento identificada con lo que se supone que es una grupi pero a veces me siento rara. Arrancan con un temazo, la gente estalla, este ya lo filmé la última vez así que guardo el teléfono y me sumerjo. El batero es la voz principal, le cambia la letra. El bajo suena como si estuviésemos metidxs adentro de la caja, me imagino si Machi lo escuchara. Filmo el que sigue. Como arranca con una intro larga, aprovecho para ir haciendo zoom en cada uno. Sobre todo en el bajo y la viola, la bata aún va muy tranqui y se ve de fondo. Cuando estalla, me concentro más en los acordes de la guitarra <Bm  G#5 // A G Sí!… el viejo portal del cieee-eelo Bm Puedo enfriar los cuerpos de hoy y ayer…>. Filmo bien, su humanidad en todo su esplendor.
Busco con la mirada a Lau y me sonríe. Me hace señas para que me acerque, le guiño el ojo. Tengo ganas de hablar con ella, últimamente me dice cosas que analizan muy profundo mis comportamientos. A propósito, decido no entrar en detalle sobre los debates autoindagatorios de hoy.
—Amiga ¿mañana entregás un artículo, no? ¿cómo vas con eso? —lanza.
—Emm, sí… Es mañana la fecha de entrega, lo tengo que terminar de pulir —balbuceo—, unas horitas le meto antes del laburo, porque justo es un día movido, hay bastantes pacientes. 
—¿Decís que vas a llegar? —insiste.
—Mejor no me acuesto tarde.
—Sí, mejor —refuerza.
Mi atención no se va del escenario. Sin que mi cerebro lo ordene, mi cuerpo se mueve, siento que no puedo quedarme quieta. Lau empieza a cantar, moviendo la cabeza. Tengo la piel de gallina, cierro los ojos. Las luces atraviesan mis párpados, están especialmente colocadas. Siento vibraciones en la piel. El sonido y las luces se funden en una misma cosa. Me distraen dos flacos al lado mío:
—¡Se van al carajo!
—¡Mal!
Me tocan el hombro. Es un amigo que no veo tanto, nos saludamos con un abrazo. Me dice al oído “¡qué bueno verte!… ¿nos vamos a tomar unas birras a la sala después?”. Mi parte consciente no retiene las contradicciones, pasan de largo, un resultado básicamente matemático como la relación entre el tiempo, el alcohol en sangre y el poco sueño no parece arribar en mi cerebro a una conclusión lógica para las palabras que le faltan al artículo que debo entregar. Asiento con la mirada. Él saluda a Lau y le habla al oído. Calculo que le dice lo mismo. La agarro de la mano y nos adelantamos entre la gente para escuchar mejor el bis, que ya arrancó. <¡Lo que está y no se usa nos fulminará!…> cantamos al unísono. Siempre sucede esto, esperás que llegue ese tema que sabés que tienen preparado y aún no tocaron en el show. <La totalidad de tu cuerpo eterno no es maligna. La semilla crece donde el sol la deposita… y ven los vientos en retorno, son sangres marginales y cuerpos en colores…>. Miro la hora. De pronto, mis pensamientos tratan de encontrar un plan. Si vuelvo sola a casa, lo termino cuando llego. Es probable que no vuelva sola… No quiero volver sola. Siento un abrazo conocido. “¿Te gustó?”.
Una hora después, los pibes de la banda, mi amigo, yo y varias personas más estamos en la sala. La sala: un lugar de ensayo, grabación y donde se hacen otras cosas de orden artístico a veces y donde el tiempo se detiene. ¿De qué sirve el tiempo si no lo podemos acumular para que nos salve en momentos como este? Hay gente viendo cuadros de una muestra de arte que está instalada hace dos semanas. Apenas entramos, mi amigo se mete con otrxs a zapar a la sala de ensayo. Se sorprende cuando le digo que no me pinta sumarme, que me quedo afuera en la galería. Cómo va a saber lo que me anda pasando si ni siquiera yo lo entiendo. Lo único que siento es un eco de las vibraciones que un ratito antes me hicieron mover. Trato de hacer de cuenta que no pasa, pero es difícil no buscar con la mirada sus movimientos, seguir el vaivén de sus brazos al hablar que parecen a punto de llevarse todo por delante cuando saca una cerveza de la heladera, hablamos de cómo sonó, le comento detalles que me parecen importantes, qué tema filmé, que me encantó verlo tocar. Me escucha, me mira con los ojos quietos, no se mueve casi. “Vení al patio que tengo algo para fumar”. Solos estoy más segura. Fumamos y nos besamos. Ahí se detiene el tiempo. Vuelvo a sentir las vibraciones, la piel de gallina, en mi mente suena una melodía, la canto, nuestros cuerpos se mueven. Siento que mis poros emanan partículas microscópicas. “Hace un rato las absorbí y ahora te las estoy devolviendo”, le digo. Se ríe, me entiende sin mediar razonamiento. Nos subimos al auto, rumbo a casa.

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